Gracias Pepe
- Olga Micha
- hace 5 días
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Esta semana murió Pepe Mujica, expresidente de Uruguay, al que apodaron “el presidente más pobre del mundo.” No porque fuera pobre, sino porque donó una enorme parte de sus ingresos a causas sociales, y porque seguramente sí fue uno de los presidentes más pobres, no por pobre, sino por sencillo, por humilde, porque pensaba que el poder no se mide en lujos y que el consumismo es una trampa donde se nos va la vida persiguiendo cosas que no necesitamos. Mujica manejaba un Volkswagen azulito, tenía una perra de tres patas llamada Manuela que lo acompañó durante su presidencia y fue símbolo, junto con su sencilla casa (a las afueras de Montevideo), de su vida austera.
Este señor, que en paz descanse, era un estoico de izquierda que antes de ser presidente estuvo 14 años preso. Supongo que fue ahí, donde a pesar de no haber estudiado ni un cursito en filosofía, se convirtió en un humanista y defensor de valores… Dijo que estuvo años encerrado, sin libertad, sin leer un libro, y que entonces tuvo que aprender a pensar, a convivir con su propia cabeza. Fue ahí donde descubrió que la única libertad posible es la que uno se fabrica en la mente.
En lo personal, llevo apenas tres días indagando sobre el señor Mujica. Creo que el hombre merece muchas páginas de homenaje, pero por fortuna, esas ya están circulando por todos lados. Yo, más bien, decidí escribir un poco de él por dos razones muy simples, la primera, porque no sabía de qué escribir, y la segunda, porque me apareció un video suyo en internet, un fragmento de una entrevista vieja. Ahí estaba Pepe, un hombre que me pareció dulce, tierno y sabio. Un hombre corpulento, pero de esos que uno siente que deben tener ese tamaño para que les quepa el corazón. Igual y estoy exagerando, pero de verdad que este Pepe estaba muy bonito.
Lo importante, en realidad, fue lo que dijo en ese video...
“No se canse de ser bueno,
aunque ser bueno no sirva para mucho.
Sirve para no arrepentirse con uno mismo.”
Me quedé pensando en su grandísimo consejo, pero sobre todo en esa cosa extraña y frágil que es la bondad.
Rousseau decía que el hombre nace bueno, y que es la sociedad el que lo corrompe. Hobbes, en cambio, sostenía que el hombre es un lobo para el hombre, que nacemos egoístas y violentos, y que necesitamos normas y autoridad para no despedazarnos entre nosotros.
No sé quién tenga la razón. Lo que sí me pregunto es, ¿de qué sirve ser bueno? En serio, fríamente, dejando fuera la religión, la educación, la ideología. Si eliminamos las reglas, las consecuencias, el castigo y el premio… ¿queda algo? ¿Sirve de algo ser bueno cuando nadie está viendo?
Porque, siendo honestos, ser bueno no garantiza casi nada en este mundo tan material, tan competitivo, tan adicto a la apariencia. No da ni éxito, ni dinero, ni inteligencia, ni poder, ni amor. Puede que algunos amigos… pero ni eso es seguro. De hecho, a menudo los malones y malonas resultan ser los más populares, los que se llevan el aplauso y la popularidad.
Es más, las personas buenas a menudo son ignoradas, a veces incluso explotadas. Si a alguien le vieron la cara, probablemente fue por bueno. Bueno… o por güey, pero tristemente solemos tomar ambos adjetivos como sinónimos… La bondad suele ser tratada como una debilidad.
Mujica decía que ser bueno no es negocio. Y tenía razón.
Ahí están desde tiempos antiguos los ejemplos, Abel, que no hizo daño a nadie y terminó asesinado por Cain. Gandhi, que predicaba la no violencia y cayó a balazos. Martin Luther King, ejecutado por hablar de igualdad. Jesús, crucificado por predicar el amor. Mandela que pasó años en la cárcel por creer en la justicia. Moisés, que liberó a su pueblo y ni siquiera pisó la Tierra Prometida.
Al parecer ser bueno, en serio bueno, no protege de nada. Al contrario, expone. Y sin embargo, algo dentro de nosotros insiste.
Algo que no es lógico, pero tampoco estúpido.
Entonces me pregunté, ¿cuándo fue que empezamos a tener que ser buenos? Tal vez fue cuando entendimos que vivir en grupo nos salvaba. Que la compasión no es un acto noble ni heroico, sino una estrategia para no morir solos. Tal vez la bondad no nació del amor al prójimo, sino del miedo al aislamiento. De saber, aunque sea inconscientemente, que si yo cuido de ti, quizá alguien me cuide a mi.
Tal vez ser bueno, en el fondo no sea un acto de grandeza, sino un mecanismo de autoconservación.
Y entonces entendí algo que me hizo clic.
Ser bueno no es para los demás. Es para uno. Porque aunque no ganes nada, aunque no te aplaudan, no te celebren, no te recompensen, hay algo que sí se gana, vivir en paz con uno mismo. Y esto, como bien decía Mujica, sirve para algo valiosísimo que es a no arrepentirse con uno mismo. Esa es la forma de mantenernos enteritos por dentro.
¿Y a poco eso no es egoismo?
¡Claro que lo es!
Pero si el egoísmo nos lleva a no joder a nadie, a ser más justos, más tiernos, más humanos… entonces que viva ese egoísmo ¿no?
Gracias Pepe, por recordarnos que la bondad no tiene premio, pero sí sentido.
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