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Espejos

Actualizado: 4 may

Neil pensó, "Recuerdo estar en la sala de recreo en el sótano de Angela Mead en el sofá y que ella me dejara meterle la mano por debajo de la blusa y no ser capaz de sentir la suavidad viva o lo que fuera de su pecho porque lo único a lo que yo me dedicaba era a pensar, «Ahora soy el tipo al que Angela Mead le ha dejado tocarle las tetas».


Más tarde aquello me pareció muy triste. Sucedió en los primeros años de secundaria. Ella era una chica de buen corazón, callada, reservada y pensativa —ahora es veterinaria y tiene consulta propia— y nunca llegué a verla de verdad. lo único que yo podía ver era quién era yo a sus ojos, a los ojos de aquella animadora que probablemente fuera la número dos o tres de las chicas más deseables del instituto aquel año."


Este es un párrafo de El neón de ayer escrito por David Foster Wallace. Lo leí dos o tres veces, me pareció tremendo, tremendamente humano. Tanto, que se me antojó escribir acerca de él.

Lo que me impactó de esta breve confesión fue ver cómo Neil se da cuenta —y además admite— que nunca pudo realmente ver a esa mujer.

Que la usó, pero no como se usa un objeto cualquiera, sino de una forma más sutil y menos superficial. La usó para verse a sí mismo, la usó como su espejo, como un reflejo para proyectar su propia imagen.


La verdad, esto del espejo siempre me ha causado curiosidad. Es muy común que usemos la frase "te estás proyectando" cuando nos quejamos de alguien, o incluso que te digan, "eso que te molesta del otro es porque lo tienes que trabajar tú"... No sé, la psicología es extraña, pero tiene sus destellos de verdad que no podemos negar que son interesantes y, a veces, muy incómodos.


Pero probablemente, si hubiéramos sido diseñados para vernos de frente, nos habrían dado un ojo que mire hacia adentro. Pero no, lo que tenemos son dos, y ambos se vuelcan hacia afuera. Tal vez vernos directamente nos resultaría insoportable, y es por eso que convertimos al mundo en un teatro donde proyectar nuestras inseguridades, anhelos e ideales. Tal vez por eso dicen que el mundo está lleno de espejos, y que cada quien ve un mundo distinto a partir de lo que tiene adentro.


Neil deseaba a Angela no por ella misma, sino por lo que ella representaba, para narrarse a sí mismo a través de otra mirada, para sentirse deseado por alguien como ella. Y la razón por la que no podía verla es porque no podía dejar de verse a sí mismo viéndola. Como diría Arjona (que yo amo), "no te enamoraste de mí, sino de ti cuando estás conmigo".


El punto es que, si vivimos para vernos a través de los otros, ¿entonces seremos capaces de amar realmente? ¿Qué tendríamos que hacer para experimentar al otro en su totalidad? ¿Sin interponernos en la ecuación?

Foster Wallace (el que inventó a Neil), en la vida real, terminó colgado. Tenía todo, era un gran escritor, reconocido, alabado, leído por millones, pero quizás nunca logró salir del espejo. Tal vez toda esa validación era solo un reflejo, y el reflejo, con el tiempo, se vuelve insoportable.


¿Habrá manera de escapar del espejo? ¿Podremos dejar de confundir amor con admiración, conexión con identificación? Nos brillan los ojos cuando vemos a nuestros hijos cumplir los sueños que nosotros no pudimos, nos cae bien quien se ríe de nuestros chistes, nos enamoramos de quien nos da importancia. Pero cuando el otro deja de reflejar eso que tanto nos gusta —CRASH— el espejo se rompe, y ya no reconocemos nada... ni al otro, ni a nosotros.


Tal vez habría que aprender a mirar sin esperar un reflejo. Ver al otro sin necesidad de que nos devuelva algo, sin calcular cuánto de nosotros cabe en él. Suena simple, pero no lo es. Exige una atención extrema, escuchar sin pensar en una respuesta, sin esperar el turno para hablar. Abrazar sin esperar que el otro levante los brazos para devolver el gesto, oír la historia del amigo al que le encantan los alacranes —que a nosotros nos asquean—, pero oírla igualmente, y no así nomás, sino genuina y atentamente. Y no por el tema, sino por el simple hecho de que el amigo disfrute hablando de su extraña pasión. No decirle al hermano o a la esposa que ya te sabes esa historia de memoria, que la cuenta en cada evento social. Dejarlos hablar y encontrar algo nuevo en aquella repetición, aunque no haya nada —probablemente no habrá nada—, pero estar ahí, presente, no en el propio reflejo, sino en su mundo.


Y luego de eso... no sentirse un héroe por haberlos escuchado. No traducir el acto en nada. No pasarlo siquiera al lenguaje, ni siquiera pensarlo. Eso anularía toda la magia de romper el espejo, eso haría que volviéramos al laberinto sin salida.


Y quizás, al mirar de verdad a los otros, descubramos que nunca los habíamos visto antes. Que solo así, cuando dejemos de buscar en ellos nuestro reflejo, existirá la posibilidad de conocerlos. Entonces, tal vez, la muerte de Wallace no habrá sido en vano. Tal vez dejemos de obsesionarnos con nuestra imagen, o en las historias y relatos que construimos de nosotros mismos y tal vez así logremos perdernos en esos mundos ajenos que son los demás.


O quizá, el realismo nos encuentre y nos demos cuenta de que un mundo sin espejos es un lugar extrañamente vacío. Que no hace falta romperlos, que con solo desepañarlos es suficiente. Que no es para tanto y que no tenemos que dejar de mirarnos, sino simplemente aprender a mirar a través de.


 

Nota: “Saboteando la tesis”: Soy plenamente consciente de que cada palabra aquí escrita, incluyendo esta misma nota, es un ejercicio de autoproyección.

 

 

 
 
 

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