Vacío
- Olga Micha
- 13 jun
- 3 Min. de lectura

Recuerdo que en alguna época de los años noventa se puso de moda regalar cajas vacías. Era más bien una caja grande que adentro tenía otra más chica, y esa contenía otra más, y otra más, y así… como matrushkas de cajas, pero todas vacías.
A mí me parecía una genialidad. Primero, porque en cada apertura había una nueva expectativa. Uno tardaba en darse cuenta de que no iba a haber nada en ninguna. Uno creía que, al menos en la última caja, iba a aparecer algún detalle fuera de serie. Y ese subidón y bajón de expectativa era bastante divertido. Claro, hasta que uno entendía que todo era una broma, y que el regalo consistía simplemente en puras cajas llenas de vacío.
Y digo llenas, porque tengo la sospecha de que el vacío existe y ocupa un espacio. Que se siente, que se percibe. Ese soplo de aire que llega desde la ventana y refresca mi cuarto es posible gracias al vacío, como también lo es el espacio entre las teclas del piano que tengo enfrente. Si no existiera ese pequeño hueco entre una y otra, no habría forma de que bajen, de que suenen.
Y cada una de esas cajitas vacías me parecía un misterio envuelto e invisible, un pedazo de nada contenido y encerrado.
Pero la cuestión es,
¿qué hay donde no hay nada? Es una pregunta que suena muy idiota, y seguramente cualquier niño, ya desde los seis años, respondería con un toque de obviedad, “pues nada”.
Sin embargo, puede que si le ponemos una cajita vacía en la manita a un niño de tres, y le decimos que la caja está llena, llena de algo mágico pero que no se deja ver, y si le agregamos que la tiene que abrir en un lugar cerrado, porque si se le ocurre quitarle la tapa a pleno cielo abierto, ese vacío se puede escapar… y si además le recomendamos cantarle una canción todas las mañanas, y sobre todo pedirle deseos, y llevarla en el bolsillo en sus días tristes, y compartir el vacío con sus mejores amigos, y cambiarlo de caja cuando haya crecido…
Es probable que entonces, ese niño de tres atesore aquel vacío.
El vacío tiene algo sumamente especial, y es que nos ayuda a notar la ausencia.
En Japón hay un concepto para el "espacio entre"al que le llaman ma, y es lo que da sentido a los elementos que lo rodean. En un jardín zen, por ejemplo, ma sería el espacio entre las rocas, entre las formas. Y no nos vayamos tan lejos, la silueta de un árbol cualquiera puede apreciarse solo por el vacío que lo rodea.
Pero yo insisto en que el vacío contiene universos…
¿A poco nunca han sentido un vacío en el cuerpo? No estoy hablando de dolor, sino de vacío.
De la presencia de una falta que solo puede hacerse consciente en ese hueco que a veces provoca mareos o ganas de vomitar.
El vacío que alguien deja en nuestro cuerpo cuando se va,
el vacío que conlleva dejar atrás la niñez de los hijos,
el vacío que dejan las despedidas, los finales,
el vacío de una conversación que nunca se dio,
o, para ser más prácticos,
ese vacío de un domingo por la tarde…
Todos esos vacíos no están huecos. Están lejos de no contener nada, esos vacíos están llenos, de recuerdos, de añoranza, de melancolía.
Torricelli, el que inventó el barómetro, fue el primero en encerrar el vacío dentro de un tubo. Fueron él y Pascal quienes demostraron que el vacío contiene presión atmosférica, y la verdad, yo creo que si el vacío contiene eso, también puede contener el infinito en sí mismo...
Y a veces me gusta imaginar que aquel niño de tres, ahora tiene una tienda. Ahí vende tubos de ensayo llenos de vacío, están puestos cuidadosamente en un estante, y solo se permite la entrada a niños de tres. Ellos entran y tardan en elegir su vacío. A simple vista parecen todos iguales, pero ellos saben que cada uno tiene su propio potencial, que no es cualquier elección.
Los adultos esperan afuera, no están listos todavía. No podrían soportar todo lo que ocurre cuando uno se atreve a mirar de frente lo que no se ve, no están listos para entender que, en el vacío, ocurren muchas, muchas cosas.
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